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Por: Lic. Ana Fasinsky

mascaraLos seres humanos ríen, lloran, se alegran, se entristecen, se llenan de agresividad, de ira o de afecto. Los seres humanos sienten. El mecanismo a través del cual la persona tiene la posibilidad de experimentar estas funciones es la emoción. Las emociones están localizadas en el cerebro y operan a través de sutiles mecanismos psíquicos y fisiológicos.

La emoción constituye una fuente de energía, pero, por otro lado, es una experiencia, algo que se siente, y un estado fisiológico que se puede registrar y observar directamente. Se ha demostrado que muchos de los cambios corporales asociados a la emoción (rubor, palidez, temblor, palpitaciones) son síntomas de la respuesta emotiva, y son similares en todos los ámbitos culturales. También se han realizado estudios de reconocimiento de emociones a través de imágenes faciales, comprobando que hay un cierto grado de semejanza entre diversas culturas.

La cultura también influye en el tipo de situaciones en las que se deben manifestar las emociones. Se aprende a dominar las emociones y a expresar los sentimientos de forma socialmente aceptable. Observamos que los niños pasan rápidamente de la cólera a la alegría, de la tristeza a la euforia, alternando rápidamente entre diferentes estados afectivos. En cambio, los adultos controlan mejor sus emociones y las adaptan a la situación.

Estados emocionales

Existen múltiples estados emocionales, pero la mayoría de los autores parece coincidir en tres dimensiones de la experiencia emocional que ayudan a comprender la naturaleza de la emoción: el miedo, la ira o cólera, y el placer. El temor motiva al organismo a huir del objeto temido y a evitar el contacto con él. Los miedos extremos o patológicos, como las fobias, constituyen conductas disfuncionales. La frustración, por su parte, provoca ira. La frustración social es una causa frecuente de insatisfacción en los adultos. Sin embargo, los adultos suelen contenerse y no exteriorizar su ira. Lo más común entre los adultos es un sentimiento especial habitualmente denominado enojo, que representa un estado menos intenso que la ira. La forma de expresar esta emoción también varía con la edad. Inicialmente, se expresa a través de rabietas, insultos o agresiones físicas, pero progresivamente la conducta se modifica y la ira se convierte en algo más indirecto y verbal, incluyendo sarcasmo, maledicencia o cinismo.

El placer podría definirse como la reacción ante la satisfacción de un impulso o la consecución de un objetivo. Este principio se aplica no solo a los impulsos primarios, como la curiosidad y la exploración, sino también a los secundarios (aprobación social, estatus, etc.). La sonrisa y la risa son dos expresiones emotivas que algunos autores consideran manifestaciones de placer.

Es francamente difícil modificar los elementos reaccionarios de un individuo, ya que suelen ser puntos de inflexión de la personalidad. Sin embargo, que sea difícil no significa que sea imposible. Un primer paso para intentar una modificación en el comportamiento humano ya sea emocional u operativo, es percatarse del problema y formularse el deseo de superarlo. El siguiente paso, que es más difícil, consiste en aceptar la situación, admitir lo que no gusta, para luego cambiar.

Emociones en el aprendizaje

En el ámbito de las emociones relacionadas con el aprendizaje, se ha podido establecer que las emociones son la base del aprendizaje, e incluso afirmar que “no hay aprendizaje fuera del espacio emocional”. Así lo sostiene Casassus en La educación del ser emocional (Santiago, Chile: Editorial Cuarto Propio, 2007). En este sentido, es importante precisar que las emociones pueden facilitar u obstaculizar el aprendizaje, dependiendo del ambiente o contexto emocional que sea capaz de crear el docente, incentivando la participación de los estudiantes y generando una disposición emocional positiva hacia el aprendizaje.

Al proceso de aprendizaje basado en las emociones, Malaisi lo llama “anclaje”. Este se produce cuando el docente es capaz de generar en el aula situaciones que produzcan emociones intensas. Malaisi también hace referencia al “Cono del Aprendizaje” de Edgar Dale, “… el cual ilustra la efectividad de diferentes formas de aprendizaje, donde se destaca que luego de dos semanas los estudiantes usualmente recuerdan entre el 70% y 90% de lo que aprendieron mediante la vivencia de experiencias reales, de simulación, dando una charla o participando en una discusión; es decir, mediante la participación activa en sus procesos de aprendizaje”. Este porcentaje baja drásticamente cuando la participación de los estudiantes es pasiva, recordando solo el 30% de lo aprendido en actividades como ver imágenes o simplemente escuchar a los docentes (Malaisi, L. Cómo ayudar a los niños de hoy. Educación Emocional. San Juan, Argentina: Editorial Educación Emocional Argentina, 2016).

En este contexto, adquiere gran importancia la labor docente en cuanto a generar un ambiente de aprendizaje que, por una parte, motive la participación en las tareas propuestas y que, paralelamente, genere una disposición emocional positiva, ya que estas son determinantes para facilitar u obstaculizar los aprendizajes.

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